La primera vez que intenté ponerla a cuatro patas, escuché un crujido seco. Mi corazón se detuvo. Ella seguía mirándome con esos ojos de cristal perfectos, pero su codo derecho colgaba raro, como si se hubiera dislocado en medio del deseo. Tuve que mandarla a reparación tres semanas. Tres semanas sin ella. Aprendí la lección …



























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